La estrella de David, mi mejor historia scout.


Salimos con las mochilas llenas de ilusiones una tarde de diciembre al gran campamento que habíamos esperado con ansias. Fui invitado para integrar la delegación de mi país en este campamento donde esperaba desarrollar todos mis conocimientos y conocer miles de nuevos amigos.
El campamento era gigante y una verdadera ciudad en medio de un extenso campo lleno de árboles y pasto. Caminé mucho para llegar al lugar que me tenían asignado y en la marcha fui encontrando a mi equipo de trabajo con los cuales sólo nos conocíamos a través de fotografías. Fue genial como nos recibíamos unos a otros, como hermanos y dándonos abrazos emocionados.
Era un verano muy seco y el sol quemaba fuerte, mi carpa quedó en el número 15 de la calle Los Álamos y en la Aldea Tikal.
Lo conocí un día en las actividades de servicio a la comunidad, él venía con su amigo y de inmediato nos llevamos muy bien. Los tres amigos nos integramos a las actividades del día y con David quedamos de juntarnos esa primera noche cuando lo invité a cenar.
David viajó desde el otro lado del charco, había cruzado el Atlántico y su piel estaba quemada por el sol en las largas actividades que teníamos desde el día que llegamos al gran campamento. El pelo negro y sus ojos eran un trozo de mar que miraban con profundidad y se quedaba atento a cada una de mis palabras. Su pestañear pausado, lento y largas pestañas me distraía y me hacía olvidar todo lo que estaba haciendo en ese instante. Unas cuantas pecas y los labios muy marcados conformaban el rostro de aspecto serio y mirada soñadora de David.
Una leve sonrisa marcó nuestra primera reunión. Nos encontramos cerca del parrón en la plaza principal del Campamento, nos dimos la mano y él se acercó en un abrazo y besó mi mejilla. Nos fuimos caminando en el atardecer para nuestra cena y conversamos demasiado, sólo nos habíamos conocido el día anterior y no podíamos perder el tiempo en formalidades.
…Para no olvidar su forma de mirar
viviré cerca del mar.
Para no olvidar sus noches junto a mí
llevaré su estrella de David.
Así son las amistades entre los scouts, rápidas, sinceras y llenas de gestos de cariño y simpatía. Lo llevé al casino donde me habían dado doble o triple cantidad de tickets para cenar, por lo tanto podía invitarlo. No habíamos tenido una comida dura en todo el día, ya que las actividades en terreno nos ocuparon el tiempo y las colaciones eran sólo sándwich, jugos y una fruta para mantenernos algo firmes. Así es que llevábamos “un dragón de hambre” dijo David.
Tomé su bandeja y dispuse en ella lo que había en el menú, mientras él corrió a buscar jugos en las máquinas dispensadoras. Nos fuimos a comer y a cada instante sentía su profunda mirada sobre mí, lo que me ponía un poco nervioso.
Nos contamos la vida entera en sólo unas pocas horas, me habló de su familia, del lugar donde vive, sus estudios y de sus pasatiempos. La actividad principal de su vida era ser scout, al igual que yo.
Esa noche todos terminaron de cenar y sin darnos cuenta el casino estaba casi vacío. Luego lo acompañé a su lugar de campamento, con su grupo, pero en el camino me tomó la mano diciendo que estaba muy oscuro, en verdad lo estaba, pero podíamos caminar sin la necesidad de agarrarnos el uno al otro. Me sentí bien a su lado y poco a poco me iba hablando con más confianza.
Llegamos a un sector de la plaza central donde había mucho césped y pequeños arbustos. Nos sentamos en el suelo a mirar el cielo y las estrellas, las constelaciones e imaginamos viajes por el universo. La noche estaba tibia y a un costado nuestro cantaban los sapos en un canal de aguas mansas que cruzaba por allí.
Le pusimos nombre a los lugares que íbamos descubriendo en el lugar de Campamento, así nació el Puente de los Sapos, la Alameda central, el Parrón de Zapallos, el Estero claro, la Laguna de Ocas, Camino Alegre, calle de Lord Sandwich y el Sendero del amor.
Esa noche estábamos cansados y no medíamos el tiempo, porque en campamento el tiempo no tiene medida ni fin. En campamento las noches llegan con el canto de grillos y sapos, conversaciones eternas y luego viene el sueño profundo que nos abraza en un instante para descansar y soñar con miles de risas, fiestas y amigos.
Estuvimos conversando largo rato, le contaba de mis actividades para el otro día cuando calló mi voz su beso, suave, muy suave. Me tomó las manos y me volvió a besar, no pude seguir hablando.
Nos quedamos dormidos sin decir nada más y amanecimos juntos en el pasto, cuando los primeros rayos del sol que aparecían sobre las montañas cayeron sobre nuestros rostros. Estábamos abrazados y su rostro descansaba sobre mi hombro. Lo desperté y en unos minutos volvimos a la realidad: Nuestros compañeros y jefes nos estarían buscando.
Nos levantamos rápidamente e hicimos una reprogramación de nuestras bitácoras, estaríamos todos los días juntos ya que íbamos a participar en las mismas actividades. Salimos corriendo a avisarle a los jefes de su Grupo y a los míos para que no estuvieran preocupados y obtuvimos una pequeña reprimenda de la Jefa de su delegación. Luego nos fuimos a tomar desayuno.
¿Ducha? ¿Quién dijo ducha? A la mierda la ducha y salimos corriendo! Nos reímos de las cosas que nos dijeron los Jefes y ya éramos libres para seguir nuestro camino, nuestras actividades y nos fuimos a integrar el Equipo de servicios a la comunidad.
Cada día, cada hora era importante y sin planificar nuestras vidas ni los encuentros, sin hablar de acuerdos o formalidades, éramos uno solo en nuestras acciones y sentimientos. Todo el mundo nos pertenecía y nuestro campamento era cada día mejor.
Después de muchas vueltas, David me dijo que deseaba venir a alojar en mi carpa todos los días y sin pensar le dije que sí. Se fue a su grupo y volvió cargado con su saco de dormir, ropa, mochila, los bototos, sombrero, linternas, zapatos colgando, traía todo un arsenal de implementos, como si fuésemos a la guerra, lo vi llegar y me dio mucha risa. Mi espacio en la carpa quedó estrechamente reducido.
Esa primera noche fue un poco incómoda, porque David se esmeró en ordenar mi desorden y poner ciertas normas hablando con énfasis sobre nuestra convivencia, como si todo fuese para siempre. Me habló de viajar a su país, me dijo que deseaba llevarse al chileno para su casa y que podríamos compartir su habitación, yo lo miraba diciendo a todo que sí como hipnotizado por sus ojos y su alegría.
Esa noche fuimos inmensamente felices porque todo en nuestras vidas estaba solucionado con un abrazo, no había inicio ni final, solamente estar juntos ese verano en el mejor campamento de mi vida.
Pasaron los días y nuestras actividades fueron extremas todos los días: andar en bote, cruzar quebradas, subir montañas e inventar un sistema de iluminación para nuestra carpa. David era ordenado y me ordenaba todo: ropa, implementos, toallas, carpa y prohibición de entrar a la carpa con zapatos. Al fin tenía mi carpa como corresponde.
Pasábamos el día juntos y nuestras mañanas eran llenas de sonrisas sin decirnos nada, luego nos íbamos al casino para tomar desayuno y posteriormente a las actividades en las que estábamos inscritos. Eran días de mucho trabajo y David se esmeraba en hacerme los momentos muy agradables, a pesar del cansancio, el calor y la sed. Los dos disfrutamos cada instante con mucho entusiasmo y cariño, nos decíamos todo con una mirada y cuando hubo desacuerdos, sólo una sonrisa nos volvió a unir.
David dispuso que las noches serían sólo nuestras y el desayuno también. Eran los momentos en que nos decíamos todas las cosas hermosas que anhelábamos durante el día, también nos decíamos las cosas que no nos agradaban, pero eran tan pocas y tan pequeñas que difícilmente podría recordarlas. En las noches cantamos y recitamos poesía, me llenó de besos y de caricias y a la luz de la luna pude ver su sonrisa que iluminaba su rostro y esos ojos color del mar. Nuestros sentimientos eran los de unos niños, sin límites ni vacilaciones, sin pensar en el futuro y con la impetuosa irreverencia de los adolescentes. Lo miré a los ojos y lo amé. Me dijo en una sentencia: vamos a vivir juntos; Y lo hicimos. Instalamos nuestro campamento y el mundo entero estaba a nuestros pies. Todo nos pertenecía, aunque fuese unos días, todo era nuestro.
El Gran Fogón de cada campamento marca a las personas para siempre. Debería tener el título de “ceremonia scout”, es un momento de intimidad en el grupo, acompañado de los hermanos que estuvieron contigo durante esos días tan intensos. El Gran Fogón es la fogata de la última noche de campamento, donde todos participan y llegan las unidades a integrarse con canciones, representaciones graciosas, monólogos, declamación de poemas y todas las expresiones artísticas que desarrollan los scouts. Es un momento de íntima expresión de cariño y se refleja en la alegría del encuentro y en la nostalgia de la despedida, porque muy pronto regresaremos a casa.
Esa noche nos fuimos caminando lentamente por la Alameda, las estrellas eran nuestro techo y en el Puente de los sapos nos detuvimos para escucharlos cantar. Llegamos al Gran Fogón, estaban todos agrupados alrededor y hablaban bajito, todo muy oscuro. Al unísono nos pusimos a gritar para llamar al Hechicero que posee el secreto del fuego, cuando de pronto desde los árboles aparece el Hechicero, con el rostro pintado de negro y vestimenta de largas hilachas, lleno de plumas, blandiendo una gran antorcha, dando saltos y danzando alrededor de la pila de leños. Asustados por la sorpresa, comenzamos a cantar muy fuerte: que viva este fogón, que viva este fogón. Viva tú, viva yo, y que viva este fogón!
El Hechicero danzaba con nuestro canto y su antorcha pasaba cerca de nuestros cuerpos, para luego ir encendiendo la pila de leñas por todos los costados. El fuego avanzó fuerte, con fiereza e iluminó los rostros de todos. El Hechicero nos trajo un mensaje y gritando dijo: “el amor, el amor, el amor!!! Nace y crece como la chispa del fuego, no se busca! El amor, el amor, el amor!!! Está en ustedes, el amor nace y crece en ustedes, ahí está el secreto y se hace inmenso, como el fuego. El amor, el amor, el amor….” Y fue desapareciendo entre los grandes árboles gritando cosas que ya no comprendíamos.
El Maestro de ceremonias hizo una entrada muy graciosa y los que nos habíamos asustado con la danza del Hechicero ahora reímos de buena gana con el “traje de etiqueta” que traía el Maestro. Una levita repleta con trozos de cajas de productos de consumo de uso común. Un micrófono que era de palo con un trozo de esponja en la punta, el Maestro de ceremonias comenzó a presentar los primeros números artísticos de los más pequeños que cantaron y nos hicieron reír con sus representaciones. Los de la Ruta nos hicieron pensar, reír, cantar y yo tuve que representar al Doctor Spock, mi personaje de tantos años, que cada vez sumaba más historias y nuevos personajes a sus rutinas.
El Doctor Spock era un loco que hacía reír con sus experimentos, un acento alemán, ojos saltones y bueno para discutir con su asistente que era muy idiota y de actitud servil. Gritando a mi asistente salí a escena con un bastón, miraba mis anotaciones e insultaba a mi asistente por que no recordaba la fórmula que habíamos preparado. Pretendíamos derrocar a la Coca Cola y al repasar los ingredientes de este nuevo refresco habíamos olvidado algo. Hicimos experimentos y dimos de probar la nueva bebida a nuestro público, el asistente repartía los vasos con el líquido y los muchachos lo bebían con ganas: era jugo.
Como sabía que entre el público estaba David, hice mi mejor actuación, dándole énfasis al personaje y poniendo cosas más graciosas aún, para que el doctor Spock tuviese mucho éxito. Agitando las manos, corrí hacia mi ayudante para exigirle que me fuese dando los ingredientes del líquido que teníamos preparado en un jarrón, anotaba lo que éste me decía pero con demasiados errores, entonces di media vuelta para agarrarlo del cuello con fuerza y mi ayudante se inclina para esquivarme, tropiezo en un tronco y caigo con fuerza al suelo, donde había mucha tierra suelta.
Una intensa nube de polvo salió de mi caída y quedé completamente sucio, incluido mi rostro, mientras todos reían con ganas y aplaudían mi caída no planificada, yo en el suelo, adolorido, apenas abría los ojos para mirar hacia donde estaba David y él corrió hacia mí para levantarme.
David no estaba riendo y me ayudó en ese instante. Me sentí enojado, adolorido, humillado y casi lloré, pero el show del doctor Spock debía terminar con todo lo que eso implicaba y junto al asistente repartimos el brebaje a la mayor cantidad de público, dándoles el jugo de naranjas que habíamos preparado en un recipiente muy grande y que todos consumieron de buena gana al terminar mi presentación. Fui el más aplaudido y esa noche con mis ropas y hasta las pestañas con tierra, recibí los aplausos como la mejor de las caricias.
Luego de un rato pude recuperarme y limpiarme un poco. Tenía que volver a presentarme, pero esta vez era solo ya que iba a cantar. La luz del fuego estaba un poco más tenue y había quietud cuando salimos con mi amigo Roberto y su guitarra, todos en silencio pudieron escuchar la canción que ante todos quise dedicarle a David. Me paré frente a él y canté con fuerza.
Sé que para nuestro amor llegó el final,
ya de nada valen las palabras
tienes que partir, muy lejos de mí
de regreso a tu país.
Aunque mi destino fue encontrar tu amor
en tus ojos brilla la nostalgia
de otro despertar de otro renacer
bajo el cielo de Israel…
Terminé de cantar muy emocionado y todos aplaudían, él se puso de pie y salió de entre sus amigos para ir hacia mí. Nos fundimos en un abrazo enorme y ahí, delante de Jefes y de todos los scouts nos besamos en los labios con el beso más emocionado y largo que he tenido en la vida. Lloramos.
El Gran Fogón ya iba terminando, todos nos miraron con asombro o con cierta picardía después de nuestro beso. Los jefes nos miraban con el rostro de enfado y un “hablaremos después”. Pero ahí estaba David tomando mi mano que no volvió a soltar jamás y con actitud desafiante miraba a los Jefes o a quienes intentaron decir algo.
De pronto llegó el maestro de ceremonias a recordarnos que era la última noche de campamento y nos unimos todos en la oración Scout. Las llamas del Gran Fogón ya habían dejado de arder y al calor de las brasas nos dábamos los últimos saludos y gritos de patrullas, de grupos y de Unidades. La noche estrellada era nuestro techo y mirando al infinito juntamos nuestras manos cruzadas en señal de unión para cantar un Kumbayah, era una sola voz y una sola plegaria al Señor del amor, para dar gracias y decirle que el amor estaba presente en nuestros corazones.
Con David salimos de la mano a hacer nuestro recorrido por el Campamento hasta nuestra carpa. Pasamos al casino a una cena que habíamos programado con amigos de otros lugares y nos reunimos para celebrar el final. Esa noche nos besamos muchas veces y no decíamos nada, sólo vivimos cada minuto con el máximo sentimiento, porque sabíamos que el final estaba cerca.
Dormimos abrazados en nuestra carpa, no dejamos de estar juntos en toda la noche. Al día siguiente comenzamos a preparar el retorno a nuestras ciudades de origen, desarmamos la carpa y ordenamos nuestras mochilas con lentitud. Luego fuimos a verificar los horarios de salida de nuestros buses, él partía antes que yo.
Estuvimos visitando amigos toda esa mañana y repartiéndonos recuerdos, cambiando pañolines y programamos un almuerzo donde invitamos a todos los amigos que habíamos conocido en ese campamento. Aún tenía muchos tickets de comida en el casino.
Fueron lentas las horas y nos dimos nuestros teléfonos y domicilios, en todo momento me invitó a su casa. Era emocionante ver sus ojos brillando cuando me ofrecía su hospitalidad.
A las tres de la tarde caminamos juntos a su bus, cargué su mochila y lo llevé junto a su grupo. Conversamos mucho rato tomados de las manos, hasta que el bus debía partir. Nos besamos otra vez y en una pequeña ceremonia me incliné ante él para regalarle mi honor, el honor de un Scout es su pañolín. Me lo saqué con lentitud y lo puse sobre mi mano izquierda, el turco de cobre brilló al sol y él se emocionó, lo tomó con suavidad y lo aceptó como propio en su cuello diciendo: para siempre Scout! Y su saludo con los tres dedos en alto sobre mi cabeza.
Caían las lágrimas sobre sus mejillas y muy seriamente sacó de su bolsillo una cadena de plata con la estrella de David para luego ponerla en mi cuello. Tomó mis hombros, me besó en ambas mejillas, se despidió con la mano zurda y el saludo scout. Se fue corriendo, iba llorando y mientras el bus partía, me señaló su corazón y me hizo adiós con las manos. Fue la última vez que lo vi.

Di la media vuelta para ir a buscar mi mochila y reunirme con mi Grupo. En el camino iba solo y cantando:
Se alejó de mí en un atardecer
con un beso a flor de piel
y al decir adiós, poco antes de partir
me entregó su estrella de David.
Para no olvidar su forma de mirar
viviré cerca del mar
para no olvidar sus noches junto a mí
llevaré su estrella de David.

Desde ese verano, cuando miro el mar sentado en alguna playa lo vuelvo a recordar.
MaLaGeNtE

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