Carta para los padres de un amor que ya se fue.

Tal vez nunca sus caminos se crucen con el mío, pero yo sí he caminado por las veredas de los suyos y les conozco muy bien ya que he tenido la oportunidad de saber lo que sucede al interior de sus corazones. 

Muchas veces su hijo llegó llorando a mi casa porque ustedes no sólo dañaron su cuerpo con bofetadas, golpes de puños y castigos físicos… no sólo le quitaron las cosas que más quería porque las consideraban “de maricones” o les avergonzaba su forma de vestir… No, nada de eso! Ustedes hicieron algo más terrible que eso: violentaron su alma, ustedes violaron su mente y su corazón.En tantas ocasiones su hijo llegó con frío, sediento y con hambre a golpear la puerta de mi casa. Lo acogimos con nuestros amigos como uno más de quienes vivimos la desesperanza de ser excluidos de nuestras familias, de nuestras iglesias, del mundo que nos pertenece tanto como a los demás. Así llegó muchas veces su hijo a nuestro hogar, porque ahí se sintió querido, amado de verdad. Y tantas veces llegó, cuando yo estaba triste y sin vida. Tomó mi mano me llevó a caminar, compartió mi dolor, secó mis lágrimas y al final logró robarme una sonrisa. Compartió conmigo muchas cosas que ustedes no conocen y eso es mi regalo, ese es mi consuelo.

Hasta que un buen día me robó el corazón y me pidió que le regalase mi alma. Era de noche y sólo fue un beso, suave y lindo, me sonrió y se marchó.

Desde ese día compartimos muchas cosas en nuestras vidas, ya no fuimos solos y teníamos un hogar que poco a poco fuimos formando. No hubo gritos ni golpes, no hubo peleas ni mezquindades de cariño; hubo alegría y muchas ganas de vivir, de alcanzar las estrellas y llegar al final con la frente en alto para mirar al Señor a los ojos y entregarnos en sus brazos llenos de felicidad. Cada día era como si el tiempo le faltara, quería ir, correr, comprar, salir, bailar, comer, cantar y hacer todo de una vez. Quería todo ahora y di todo de mí para cumplir sus sueños y hacerlo muy feliz. Me compró un anillo y me lo dio con un beso. Así fue el tiempo que pasamos juntos.

El día que se fue, no quería tomar el bus. Le pasé el boleto y quiso romperlo, como no lo dejé, me abrazó llorando y me decía “te amo”. Esperamos la salida juntos, tomados de la mano, se la apreté fuerte y le di mucho ánimo. Hicimos planes para cuando regresara y nos dimos nuestras últimas caricias. Cuando el bus salía corrí tras el y por la ventana me decía “te amo” y con las manos señalaba su corazón, me lanzaba besos y sonreía emocionado. Fue lo último que vi de él.

Me escribió un par de veces y aún guardo sus palabras porque sé que no le gustaba escribir. Esos días él me había contado que deseaba mucho tener un objeto que ustedes le rompieron… se lo compré y lo guardé para darle una sorpresa cuando regresara. Aún guardo ese regalo.

Pasaban las semanas y meses y no supe más de él. Me pasé noches y noches mirando el cielo, las estrellas y la luna, como lo hicimos tantas veces cuando estuvimos juntos. Esperaba su regreso y a veces hasta llegaba a ver su silueta caminando por la calle hacia mí, pero no era él y seguí esperando, leal, fiel a sus palabras de que algún día nos volveremos a ver, hasta hace pocos días cuando una voz anónima me dijo que ya no estaba aquí, que se había ido al cielo. Lloré y lloré mil veces, mil caminos, miles de pasos… hondo, profundo, violento. Gritos de dolor y una gran pena que salía desde mi alma. No me pude contener y caminé horas y horas hasta llegar a mi hogar donde uno de mis amigos me recibió para tratar de consolarme.

Al día siguiente pude comprobar que nunca más volverá, que se fue de verdad y me costó creerlo. Un hondo pesar se apoderó de mi pecho y el llanto aún aflora en mí cada vez que lo recuerdo. No sé si ustedes lo amaron o sienten esto mismo que yo, pero será tal vez lo único que sienten parecido a mí… o tal vez es sólo el justo pago por haberlo hecho sufrir de esa manera. 
Él fue verdadero con ustedes! Él los amaba mucho! Él les recordaba con cariño a pesar de todo y quiso compartir su secreto con ustedes! ¿Por qué jamás respetaron eso? Ahora ya es demasiado tarde para todos. Al menos tengo el consuelo, el dulce consuelo de haberle amado y haber dado mucho cariño, comprensión y un hogar.

Ahora me embarga el dolor y una profunda tristeza que no puedo contener, sólo días vacíos y la soledad más absoluta cuando camino por las calles, pero sí puedo morir en paz porque en mi vida conocí el amor. No tengo dónde llevarle una flor, pero tengo la seguridad de que su nombre se puede decir con libertad durante las oraciones en la Santa Misa que he mandado celebrar. Una lágrima cae de mi rostro durante la misa, pero sé que el amor nunca muere y él vive en mí.

Así es la verdad: dura y fría como la lápida que pusieron sobre él, pero que jamás sepultará lo que ustedes hicieron de su vida y que ahora remorderá sus conciencias hasta el fin de sus días. En mí sólo encontrarán compasión, porque el odio o el rencor jamás los he sentido, sólo amor y piedad ante la muerte.

El grano de trigo debe ser sepultado y morir, para vivir en la más maravillosa obra de la resurrección y así producir frutos. Frutos de amor y esperanza, de fe y de misericordia. Eso espero que se produzca en sus corazones, el mío ya le perteneció y se lo regalé para llevarlo por siempre en mi memoria, así como guardaré el anillo que me regaló y que beso por las noches.

Les dejo sólo eso: Mi gran amor fue un Angel, ejemplo de verdad y de amor que ustedes no supieron recibir, aceptar, amar ni conocer.

MaLaGeNtE

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